HISTORIA DE LOS MIRADORES DE LOS POETAS: VICENTE ALEIXANDRE Y LUIS ROSALES

  El 20 de Septiembre de 2003, D. Antonio Sáenz de Miera (amigo personal del poeta Luis Rosales y creador de la Asociación Amigos del Guadarrama), visita tras varios años el Mirador y al conocer en el mismo la iniciativa de Trotamontes (El libro de notas en el que los senderistas expresan sus sentimientos desde septiembre de 2001) se pone en contacto con nosotros, concediéndonos una entrevista ampliamente enriquecedora, en la que nos facilita de forma oral y con documentación de la época una amplia visión sobre el nacimiento de estos Miradores, la cual pasamos a describiros.

  La idea original era llamar fundamentalmente la atención  sobre la Sierra de Guadarrama, sobre la necesidad de protegerla, cuidarla, amarla. Para eso el 25 de Julio de 1984 se comenzó haciendo una marcha denominada con el nombre de "Aurrulaque" (Nombre originario de la parte mas preciada de los montes de Cercedilla) a la pradera de Navarrulaque , el primer año se leyó un manifiesto en defensa de la Sierra de Guadarrama. El Segundo año fue cuando le dieron el premio Nóbel a Vicente Aleixandre  y de ahí surgió la idea de realizar el mirador de Vicente Aleixandre, que promovieron D. Antonio Sáenz de Miera (En aquella época Presidente de la Asociación Cultural Cercedilla) y D. Juan Bielba (Actual director del Parque Natural de Peñalara). A partir de la construcción del mirador de Vicente Aleixandre (1985), los Aurrulaques siguieron realizándose como una marcha corta a la pradera de Navarrulaque en la que se leía un manifiesto y se construía algo respetuoso con el medio ambiente que relacionara el mundo de la cultura con la naturaleza, y la gente que lo viera lo integrara en el paisaje.

  En el mirador de Vicente Aleixandre se hizo figurar un verso del poeta.

 

" Sobre está cima solitaria os miro

campos que nunca volveréis por mis ojos

Piedra de sol inmensa, eterno mundo

y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza."

  Como "Allí no hay ruiseñores", se puso uno al lado del verso (El cual fue robado y repuesto por tres veces y finalmente desapareció para siempre).

  En el Mirador se hizo un mástil con una bandera  que diseño Antonio Sáenz de Miera ( para evitar la politización del acto, si se hubiera utilizado en aquella época la bandera de la Comunidad de Madrid), La mitad verde con cuatro pinos blancos y la otra mitad blanca con tres pinos verdes (Siete picos, siete pinos, la hierba y la nieve). Posteriormente se comprobó que había sido un error ¿Que hace una bandera en el campo? y se retiro, al igual que el color verde rabioso con el que se pinto en un principio la barandilla del Mirador.

  Luis Rosales era en esa época Presidente Honorario de la Fundación Cultural de Cercedilla e intervino en la inauguración del mirador de Vicente Aleixandre con el siguiente manifiesto:

"Muchas veces he oído una pregunta que es muy propia de nuestro tiempo, ¿para qué sirve la poesía? No es fácil contestarla; al menos, yo no sabría hacerlo con la debida precisión ni, desde luego, con la necesaria brevedad. Pero, además, no creo preciso hacerlo en este acto, puesto que la Fundación Cultural de Cercedilla ha formulado una respuesta sugerente al dedicar  a Vicente Aleixandre este privilegiado Mirador.

Un poeta es, ante todo, un mirador del mundo; un poeta es una atalaya para ver la vida de una manera más bella, más patética, más concentrada y  más serena. Ahora y para siempre desde este Mirador, levantado como un homenaje a su memoria, podremos ver el mundo con los ojos de Vicente Aleixandre. Es un hecho fundante, no lo olvidemos. Para todos aquellos que miran con atención y con amor, el mundo es una herencia. Vemos con ojos heredados. Quien no sabe que ha heredado sus ojos, ciego es. Entre el mirar y el ver hay muchos siglos de distancia, ya que el mirar es un fenómeno real y el ver es un patrimonio cultural. Nadie ve exactamente lo que mira. Miramos la realidad que tenemos ante los ojos, pero vemos, en cambio, lo que la evolución de las artes, lo que la historia de la cultura nos ha enseñado a ver. Por eso pienso que la pintura en la historia de la mirada del hombre y la poesía -como sabía muy bien Vicente Aleixandre- es la historia del corazón del hombre. Tanto nuestros sentimientos como nuestros ojos son un legado cultural y así seguirá siendo mientras existan hombres.

Aquí reside el gran acierto de este homenaje; no se hubiera podido encontrar una forma mejor para intentar devolver al poeta lo mismo que él nos dio. Si Vicente Aleixandre nos enseñó a mirar a muchos españoles -y desde luego a mi-, desde este Mirador los ojos asomantes podrán ver la extensión que nos rodea de una manera distinta y heredada, de una manera maravillosa, puesto que, en cierto modo, la estarán viendo con los ojos de Vicente Aleixandre: Y esto será un prodigio, naturalmente, pero también será una gran verdad.

Y ahora quedémonos callados para oír la voz de las cosas que nos rodean en las mismas palabras del poeta. Oigamos la voz de los ojos de Vicente Aleixandre"

 

   Luis Rosales estableció residencia en Cercedilla en 1961, con motivo de su veinticinco aniversario en la localidad, Aurrulaque 86 le dedico el Mirador-Posada que lleva su nombre, desde el que se puede divisar una panorámica completa del pueblo de Cercedilla.

   Antonio Sáenz de Miera y Rosales definieron como seria el Mirador. Rosales eligió personalmente  los versos del soneto "El Pozo Ciego" que figuran en una placa de bronce y elige el nombre de "Posada" pues el quería que fuese un lugar de descanso, reposo y asentamiento en el que recrearse con el paisaje y pensar. Antonio elige el sitio en el que se instala el buzón con una placa metálica en la que figura escrito "Debajo de esta piedra hay unos libros de Luis Rosales para que tú los puedas leer mientras estás en este Mirador. Disfruta con ellos al tiempo que contemplas el paisaje, ayudando a tu mirada con los ojos de Rosales y luego deja, por favor, estos libros donde los encontraste, para que otros puedan también gozar con su lectura.

  Pedro Laín Entralgo en carta a Luis Rosales, expreso con maestría lo que el Mirador significaba:

"Rodeándote hoy, uniéndose a ti en amistad, porque de su amistad, y no sólo de su bien justificada admiración por ti, ha nacido la idea de dar tu nombre a ese mirador serrano, tus amigos de Cercedilla e islas adyacentes -incluida entre ellas la que solemos llamar Madrid- están conviviendo tu sed y, con su realidad y su compañía, aliviándola, casi saciándola".

   En los primeros tres años, los visitantes del Mirador tenían a su disposición libros de Rosales firmados y dedicados por el poeta, pero el continuo robo de los mismos, provoco que finalmente desaparecieran para siempre.

  "Los Aurrulaques" se han venido repitiendo hasta la actualidad, manteniendo la idea originaria de unir cultura y naturaleza, con la excepción de unos años en los que no se celebro, a raíz de las criticas que surgieron de que se estaba urbanizando la sierra, con la construcción de los miradores. Y con el proyecto de construcción de una especie de foro "respetando el entorno" fuera del Mirador para la celebración de actos culturales, más las insinuaciones de que los actos del "Aurrulaque" eran actos políticos.

  Finalmente, nos alegramos de que el "Aurrulaque" continúe realizándose y nosotros desde nuestra modesta posición, continuaremos con nuestra iniciativa en el Mirador-Posada Luis Rosales (El cuaderno de notas de los senderistas) y mas aun, cuando gracias a D. Antonio, hemos comprobado que sin saberlo, todos cuantos habéis escrito o  leído el cuaderno, habéis realizado el deseo del Poeta "posar, mirar y pensar".

  Los libros desaparecieron, pero aquí reflejamos algunos versos de Rosales (Entresacados del Nº 1 de los Cuadernos de Cercedilla; Editados por la Fundación Cultural Cercedilla) para todo aquel que no conozca la obra del poeta, tenga la oportunidad de asomarse a la misma.

 

CANCION DEL RESUCITADO

Dios te conserve las alas

si tienes puestos los ojos

en la memoria del agua,

 

que también pasa el olvido,

como los álamos pasan

en la corriente del río;

 

sólo resucitarás

si el agua donde te miras

nunca deja de pasar.

 

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AMANECER EN LA ALTURA DE BALSAIN

 

Comienza a clarear, entre la umbría

el agua se despierta y reverbera,

antes que el sol apunte en la ladera

la nieve empieza a ser la luz del día.

 

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CANCION DE LA SENCILLEZ

 

Lo sencillo es misterioso,

y nadie sabe hasta ahora

dónde pasan el invierno

las mariposas.

 

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HAY UNA ETERNIDAD QUE ES INSTANTANEA

 

Al sentir esa interna primavera

que deja el corazón parpadeante,

cabe toda la luz en un instante,

y estás viviendo en él la vida entera.

 

Cuando a tu boca ya le dio su hechura

un beso es una herencia permanente,

y la herencia se cobre de repente,

y el amor es eterno mientras dura.

 

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TESTAMENTO

 

Las noches de Cercedilla

las llevo en mi soledad,

y son ya la última linde

que yo quisiera mirar.

 

Quisiera morir un día

mirando este cielo, y dar

mi cuerpo a esta tierra que

me ha dado la libertad;

 

Quisiera morir un día

y ser tierra que pisar,

tierra en la tierra que sueño

ya para siempre jamás.

 

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   En febrero de 2005 Alberto Sevillano (Cuyo apellido da nombre a la senda que llega a este mirador), veterano montañero (Miembro de la "Peña los lunes amigos de la montaña") y gran amante de todo este entorno; Nos remite por e-mail estas fotografías (extraídas del programa de Fiestas de Cercedilla de 1986) de la inauguración del Mirador-Posada Luis Rosales.

   Y a su vez nos envía una fotografía del ejemplar del manifiesto que se leyó en dicho acto; En concreto el ejemplar que le dedicaron a él: D. Luis Rosales, D. Antonio Buero Vallejo y D. Francisco Acaso.

   Y cuyo texto dice así:

MANIFIESTO DE AURRULAQUE 86

Raymond de Carbonnieres, el primero que coronó el Monte Perdido, en 1802, dice que es imposible explicarse la atracción que producen las montañas si no se recuerda que el hombre, por su índole misma, gusta de vencer los obstáculos, que su carácter le induce a buscar aventuras y que es peculiar de las montañas alimentar generosamente esta avidez de sentir y de conocer. El afán de subir a la cumbre, para divisar el llano hasta donde el horizonte se pierde, constituye un hábito ancestral como lo prueban la leyenda y la poesía. ¿Por qué si no contarían las crónicas que Pedro el Grande de Barcelona, III en Aragón, en 1276, año de su advenimiento al trono, escaló la cima del Canigó, desde donde dominó con la vista todo su reino? ¿Por qué si no Verdaguer, en su gran poema épico que este año cumple su centenario, situándose en la cumbre del Puigmal nos dice que 

<<tota la terra que el meu cor estima des d´aci es veu en serres onejar>>? Pero la voz de la tierra no sólo desde las grandes alturas resuena. También <<los valles solitarios nemorosos, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos>>, sublimemente evocados por San Juan de la Cruz, atraen a los que, en palabras de este gran poeta castellano, van por «las majadas al otero», discurriendo tanto «por montes y riberas» como por «prados de verduras de flores esmaltados», hasta dar con «la cristalina fuente» en cuyos «semblantes plateados» él esperaba ver «los ojos deseados».

Los montañeros españoles, sin salir de nuestras fronteras, tenemos muchas posibilidades de colmar esta «pasión primitiva e inextinguible del hombre que nace de su perfectibilidad». Tenemos los Pirineos con sus maravillosos valles y sus imponentes tres miles, presididos por el Aneto, rey de todos ellos, sólo superado, en la Península por las altivas cumbres del Veleta y el Mulhacén, en Sierra nevada, que serían las más altas de nuestra tierra, si no fuera porque el Teide, en Tenerife, con sus 3.718 metros, les arrebata el honor de ser el techo de España. Tenemos los Picos de Europa, bautizados, ya en la Edad Media, por los navegantes cuando, viniendo del Atlántico, avistaban la prominente mole de Torrecerredo; esa soberanas montañas que si dentro de la orografía peninsular, en palabras de José Ramón Lueje, se pueden ver aventajadas en altitudes por las de los Pirineos y las de la Penibética, ni por éstas, ni por ningunas otras, lo están en la fuerza de su formación, en la bravura de sus líneas, en la variedad de sus aconteceres, ni en su única y suprema belleza. Y tenemos también la maravillosa Sierra de Credos, con su circo, sus lagunas, sus torreones, sus riscos, sus portillas y su original toponomia que, en algunos casos, se pierde en la leyenda como la del caudillo moro Almanzor que, desde el primer milenio, daría nombre a su más alta cima. Gredos nos gusta. Hacer el integral de sus cuchillares o atravesarlo de norte a sur —de Bohogo a Madrigal de la Vera, por los sugestivos caminos de La Guía, cual trashumantes de tiempos ¡dos, o de Navalperal de Tormes a Candeleda, por gargantas de sonoras apelaciones— constituye un singular placer. 

Pero no acabaríamos nunca. Y ahora lo que importa es venir a lo que nos ha reunido esta gozosa mañana de Santiago. Porque conviene recordar que los montañeros madrileños tenemos la enorme suerte de hallarnos, como quien dice, a un tiro de piedra de una de las sierras más atractivas por su dimensión humana. Todos los que han tenido la dicha de recorrerla, desde su enlace con Gredos, en el río Alberche, pasando por la Sierra de Malagón, para llegar, superando el Guadarrama propiamente dicho, a la Somosierra, saben que esta divisoria entre las cuencas del Duero y el Tajo es una sierra apacible y amable. Guadarrama no tiene grandes cumbres —su cota más alta rebasa escasamente los 2.400 metros— ni nieves perpetuas —apenas media docena de ventisqueros, como el de La Condesa. No tiene gargantas comparables con las de Gredos, ni grandes ríos de vertiginosa caída como en los Picos, ni lagunas que puedan competir con las que se hallan en los restantes sistemas peninsulares. Si dejamos aparte la especial orografía de La Pedriza, con sus intrincados recovecos y sus acuchilladas paredes, Guadarrama es la sierra de los contornos suaves; de los rumorosos arroyos —cual ése de Garcisancho, cantado por Enrique de Mesa, en su retiro de El Paular; de las generosas fuentes —como la de Marichiva, tal vez la mejor de la sierra; y de las plácidas praderas —como ésta de Majalasna, a cuyos pies nos hallamos. 

Esta es la sierra madrileña. Podremos escaparnos, en aventuras esporádicas, a otros lugares de nuestra geografía, pero sabemos que todas las semanas del año, haga frío o haga calor, aunque llueva o nieve, podemos visitar a nuestra fiel cordillera que a menos de 10 leguas nos aguarda. Por esto, con uno de los escritores decimonónicos que más ha versificado sus parajes, le decimos: «ya te cubran las flores con grandes mantos, ya reluzcan tus peñas con sol de estío, ya te presten las nieblas color y encantos, ya reluzcan tus peñas con sol de estío, ya te presten las nieblas color y encantos, ya desgarre tus frondas el cierzo frío, por el bien que, sin tregua, tu amor prodiga. Sierra de Guadarrama, Dios te bendiga». 

Esta es nuestra sierra: la de Peñalara, mítica peña del ara; la de la Maliciosa, gran señora; la de la Mujer Muerta, leyenda de amor materno entre hermanos enfrentados. Esta es la sierra en la que vaga el alma inmortal de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, con el recuerdo, en algunos lugares petrificado, de sus encuentros con las serrarías: la Chata en Malangosto, Gadea en Riofrío, Mengua de Llórente en el Cornejo, y Aldara en Tablada. Esta es la sierra de Madrid y para que cada día sean más los que, conocedores de sus encantos, se acerquen a disfrutar de ellos, aprendan a amar más a la naturaleza y se integren en el estilo de convivencia y solidaridad, esencial en el deporte de la montaña, Aurrulaque tomó la iniciativa de organizar esta marcha montañera que hoy llega a su tercera edición.

 Aquí estamos tanto los que vinieron por Camorritos, como los que lo hicieron por el camino Schmidt o por el arroyo de la Navazuela o pasando por Siete Picos. Poco importa la senda elegida; lo que importa es que hemos llegado a Navarrulaque andando, cada uno con su propio esfuerzo, disfrutando de la naturaleza. Ahora estamos aquí para vivir unas horas de paz y alegría, dejando en la ciudad las preocupaciones y los egoísmos que, a menudo, achatan nuestras vidas. Terminado el acto, cada uno tendrá que volver a su cotidiano quehacer. Ojalá que al reemprenderlo podamos hacerlo con la energía renovada por el aire de la sierra, pero sobre todo que, al contemplar la perfección y la belleza de la naturaleza, nos sintamos estimulados a trabajar, cada uno en lo suyo, con el afán de hacer una obra bien acabada. Al fin y al cabo, con palabras extraídas de la obra del poeta Luis Rosales que hoy homenajeamos, la Creación —que en el monte se nos hace más patente— la Creación sigue abierta y Dios hace el mundo de nuevo cada día, pero con nuestro trabajo, porque nosotros somos las manos de Dios. 

       Rafael Termes